(...)
-Regresamos a Lima al día
siguiente y fuimos a verla. Le dije que nos habíamos casado y le mostré el papel
que nos dio el cura. Entonces me lanzó la cachetada. Teresa se enfureció y le
dijo eres una egoísta y una tal por cual, Al fin, terminaron llorando las dos.
La vieja decía que la íbamos a abandonar y que se iba a morir como un perro. Le
prometí que viviría con nosotros. Entonces se calmó y llamó a los vecinos y
dijo que había que celebrar la boda. No es mala gente, un poco renegona, pero
no se mete conmigo.
-Yo no podría vivir con una
vieja -dijo el flaco Higueras, súbitamente desinteresado de la historia del Jaguar.
Cuando era chico vivía con mi abuela, que estaba loca. Se pasaba el día
hablando sola y persiguiendo unas gallinas que no existían. Me asustaba. Vez
que veo a una vieja me acuerdo de mi abuela. No podría vivir con una vieja,
todas son un, poco locas.
-¿Qué vas a hacer ahora?
-dijo el Jaguar.
-¿Yo? -dijo el flaco
Higueras, sorprendido-. No sé. Por lo pronto, emborracharme. Después, ya se
verá.
Quiero pasearme un poco.
Hace tiempo que no veo la calle.
-Si quieres -dijo el
Jaguar-, ven a mi casa. Mientras tanto.
-Gracias -dijo el flaco
Higueras, riendo-. Pero pensándolo bien, me parece que no. Ya te dije que no puedo
vivir con viejas. Y además tu mujer me debe odiar. Mejor que ni sepa que he
salido. Algún día te iré a buscar a la agencia donde trabajas para que nos
tomemos unas copas. A mí me encanta conversar con los amigos. Pero no podremos
vernos con frecuencia; tú te has vuelto un hombre serio y yo no me junto con
hombres serios.
-¿Vas a seguir en lo mismo?
-dijo el Jaguar.
-¿Quieres decir robando? -El
flaco Higueras hizo una mueca-. Supongo que sí. ¿Sabes por qué? Porque la cabra
tira al monte, como decía el Culepe. Por ahora me convendría salir de Lima.
-Yo soy tu amigo -dijo el
Jaguar-. Avísame si puedo ayudarte en algo.
-Sí puedes -dijo el flaco-.
Págame estas copas. No tengo ni un cobre.
FIN
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