El pensamiento de
Aníbal Quijano es un cuestionamiento incesante a América Latina, al mundo y a
las relaciones de poder que le dan a este un carácter de totalidad y a nuestro
continente y a nuestros países sus específicas y conflictivas identidades. Su
particular modo de ubicarse en el mundo y en los más diversos debates teóricos,
políticos y estéticos, le permitió a Quijano, hace ya más de dos décadas,
desvelar el núcleo básico sobre el cual se ha venido articulando la existencia
social global a lo largo de los últimos 500 años: la clasificación de la
población mundial mediante la noción de raza, proceso de legitimación y naturalización
de las relaciones de dominación iniciado con la colonización de América Latina
y estrechamente interrelacionado con la articulación en torno al capital y al mercado
mundial de todas las formas históricas de control del trabajo, sus recursos y
productos.
Que la noción de raza
persistiera como principal forma de dominación tras la independencia de América,
que transcendiera el momento histórico que le dio origen, hizo necesario que
Quijano cuñara el neologismo “colonialidad del poder” a finales de la década
del ochenta.
La colonialidad del
poder condiciona la entera existencia social de las gentes de todo el mundo, ya
que la racialización delimita de modo decisivo la ubicación de cada persona y
cada pueblo en las relaciones de poder globales. Pero es en América, en América
Latina sobre todo, que su cristalización se hace más evidente y traumática, puesto
que aquí la diferenciación racial entre “indios”,
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