sábado, 7 de febrero de 2009

CULTURAS MACHISTAS

Marvin Harris

Marvin Harris fue un antropólogo estadounidense, creador del materialismo cultural y muy conocido por sus obras de divulgación de la antropología. Realizó estudios en diversos campos de la antropología como pueden ser el origen de las culturas, la guerra y las lenguas.

En lo que concierne a las culturas machistas, Marvin Harris se remonta a otros aspectos de las actividades de los humanos para dar explicación a ciertas tribus o grupos que aún practican o creen en las culturas machistas en las que la mujer está en inferioridad con respecto al hombre.

Según Harris, el punto de partida para explicar estos fenómenos es la guerra. Podemos distinguir varias maneras de ver la guerra: la guerra como juego, la guerra como naturaleza humana y la guerra como política; Nos centraremos en esta última ya que es la que nos conecta con los temas que trataremos después. La guerra como política es una explicación que sostiene que el conflicto armado es el resultado de un intento de un grupo de proteger o aumentar su bienestar político, social y económico a costa de otro grupo. La guerra se produce porque conduce a la expropiación de territorios y recursos, captura de esclavos, obtención de un botín y recaudación de tributos e impuestos. Esta explicación es totalmente convincente en conflictos entre estados soberanos pero la guerra entre tribus o aldeas no tiene esta dimensión; estas tribus carecen de organización social por lo que no se obtiene ningún beneficio en forma de impuestos o tributos. En resumen, la expansión política no puede explicar la guerra entre sociedades grupales y aldeanas porque la mayoría de estas no participan de ella. La necesidad de no expandirse con el fin de conservar una buena proporción entra la población y los recursos naturales dominan todo su modo de existencia.

Entonces, ¿Para qué practican la guerra estos grupos si no les proporciona ningún tipo de beneficio tangible? En las sociedades de nivel estatal es posible que la guerra disperse a las poblaciones pero rara vez reduce su tasa de crecimiento. En las dos grandes guerras mundiales se redujo la tasa de crecimiento pero a un largo plazo y es incluso posible que la población no se vea afectada a corto plazo. Pero lo que nadie comprende es que a diferencia de las sociedades a nivel estatal, las aldeas y grupos utilizan la guerra para alcanzar tasas muy bajas de crecimiento de la población. Esto no se logra primordialmente a través de la muerte de los hombres en combate sino por otro medio que está muy asociado a la guerra aunque no forma parte de la lucha: el infanticidio femenino. La guerra entre las sociedades grupales y aldeanas alentaba la crianza de hijos y la importancia que se les daba al entrar en combate mientras que no se valoraba a las hijas, que no luchaban. Estudios realizados recientemente muestran que en las sociedades grupales la diferencia entre el número de personas de cada sexo y el infanticidio masculino o femenino se intensificaba en las épocas de recientes o actuales guerras mientras que en periodos de paz, los números se igualaban notablemente. Harris no apunta que la guerra provoque el infanticidio sino que sin la presión reproductora, ni la guerra ni el infanticidio se habrían extendido; el conjunto de ambos representa una solución salvaje al problema principal: la regulación del crecimiento.

La regulación del crecimiento de la población mediante el trato preferente a los varones constituye el triunfo de la cultura sobre la naturaleza. Se necesita una fuerza cultural enorme para obligar a los padres a que descuiden o maten a sus propios hijos y otra aun más poderosa para que descuidasen más a las niñas que a los niños. La guerra ofreció esta fuerza y motivación e hizo depender la supervivencia del grupo de la crianza de varones para enseñarles a luchar con las armas. Por lo tanto, el éxito militar dependía de la cantidad de hombres fuertes; por este motivo los hombres fueron socialmente más valiosos que las mujeres y tanto unos como otros colaboraron a eliminar a las hijas con el fin de criar un número máximo de hijos. Por supuesto, hay casos en los que podemos encontrar infanticidio femenino en ausencia de guerras pero suelen ser en habitaos o ambientes extremos; en ambientes más favorables es muy difícil mantener el infanticidio femenino en ausencia de la guerra. Los pueblos grupales y aldeanos comprenden claramente que la cantidad de bocas a alimentar está determinada por la cantidad de mujeres del grupo pero resulta muy difícil limitar la cantidad de niñas y aumentar la de varones ya que las mujeres son más valiosas que los hombres. Las mujeres realizan muchas actividades de la vida cotidiana, incluida la caza y recolección de alimentos; los hombres tal vez sean más fuertes o rápidos pero existen muy pocos procesos de producción que las mujeres no puedan realizar. Por lo tanto, la explicación de la exclusión casi universal de las mujeres de la caza es la práctica de la guerra, en la supremacía masculina que nace con la guerra y en la práctica del infanticidio, todos ellos que derivan del problema de la presión reproductora.

La proeza militar masculina esta muy asociada a un entrenamiento de una conducta feroz y agresiva. Las sociedades grupales entrenan a los hombres para el combate a través de deportes competitivos; las mujeres rara vez participan en estos deportes y jamás compiten con los hombres. Las sociedades aldeanas también transmiten masculinidad a los muchachos a través de pruebas extraordinarias que incluyen mutilaciones genitales y circuncisión. Es cierto que algunas sociedades someten también a las muchachas a rituales de pubertad pero son pruebas en las que predomina más el tedio sobre el terror.

Persiste la cuestión de que por qué todas las mujeres quedan excluidas de ser entrenadas militarmente como los hombres. Si el factor crucial para la formación de una banda guerrera es la fuerza muscular, ¿Por qué no incluir en ella a las mujeres cuya potencia iguala o supera a la del varón? La respuesta reside en que el éxito militar ocasional de las mujeres bien entrenadas, contra hombres más pequeños entraría en conflicto con la jerarquía sexual a partir de la cual se predica por la preferencia del infanticidio femenino.

En síntesis: la guerra y el infanticidio femenino forman parte del precio que nuestros antepasados de la Edad de Piedra tuvieron que pagar para regular sus poblaciones con el fin de evitar una disminución de los niveles de vida al mínimo nivel de subsistencia. Sin las presiones reproductoras, no tendría sentido no criar tantas niñas como niños aunque se considere a los hombres más valiosos a causa de su superioridad en el combate. El modo más rápido de ampliar la fuerza combativa masculina es considerar a cada niña como de gran valor y no descuidar a ninguna. No es muy probable que cualquier ser humano haya comprendido la verdad elemental de que para tener muchos hombres ha de comenzarse por tener muchas mujeres. La imposibilidad de las sociedades grupales de actuar de acuerdo con esta verdad no indica que la guerra fue provocada por el infanticidio, o éste por la guerra, sino que ambos, así como la jerarquía sexual, fueron provocados por la necesidad de dispersar a las poblaciones y de disminuir sus tasas de crecimiento.

La práctica de la guerra es responsable de una amplia gama de instituciones de supremacía masculina entre las sociedades grupales y aldeanas. Estas instituciones surgieron como una de las consecuencias de la guerra, del monopolio masculino de las armas y del empleo del sexo para la fomentación de las personalidades masculinas agresivas. La guerra no es la expresión de la naturaleza humana sino la respuesta a las presiones reproductoras y ecológicas. Marvin Harris argumenta que todas estas instituciones sexualmente desiguales como el matrimonio se originaron como consecuencia de la guerra y del monopolio masculino sobre las armas militares. La guerra exigía la organización de comunidades en torno a un núcleo residente de padre, hermanos y sus hijos. Este proceder condujo al control de recursos por los grupos paternos y al intercambio de hermanas he hijas entre esos grupos, a la asignación de mujeres como recompensa por la agresividad masculina y de ahí a la poligamia.

¿Qué ha impedido que otros vieran la relación causal entre la guerra y todas estas instituciones? El obstáculo siempre ha sido que algunas sociedades aldeanas más combativas parecen haber tenido tendencias muy débiles o nulas hacia la supremacía masculina. La resolución de este problema radica en que existen diversos tipos de guerras. Las sociedades aldeanas sin superioridad masculina practican la “guerra externa”, es decir, la penetración de grandes bandas incursoras en los territorios enemigos lejanos y la “guerra interna” implica ataques de pequeños grupos incursores en las aldeas cercanas y es practicada por los grupos con superioridad masculina. La relación entre la igualdad de sexos y la guerra externa es la siguiente: los hombres casados que se mudan a casas comunales proceden de distintas aldeas. El cambio de residencia les permite crear colaboración con otros hombres y crear unas bandas guerreras mayores para luchar contra enemigos muy distantes.

Aparte de la diferencia militar entre las sociedades, existe otro motivo por el cual la influencia de la guerra en los papeles sexuales ha sido ignorada hasta hoy. Las teorías modernas sobre los papeles sexuales han estado dominadas por los psicólogos Freudianos. Hace tiempo que los freudianos tenían conocimiento de que debía existir alguna relación entre guerra y papeles sexuales pero invirtieron la balanza e hicieron derivar la guerra de la agresividad masculina en lugar de lo contrario. Freíd sostenía que la agresividad es una manifestación de las frustraciones de los instintos sexuales durante la infancia y que la guerra es, simplemente, la agresión socialmente sancionada en su forma mas homicida. Según Freud, los varones compiten con su padre por el dominio sexual de la misma mujer (complejo de Edipo). Su resolución consiste en que el niño aprenda a dirigir su agresividad a actividades socialmente “constructivas” que pueden incluir la guerra. Todo esto conduce a la conclusión de que el complejo de Edipo no fue la causa de la guerra; la guerra fue la causa del complejo de Edipo. Aunque parezca en problema sin solución, existen muchos motivos científicos para rechazar las teorías freudianas. A partir del complejo de Edipo no podemos explicar por qué existen variaciones de intensidad y de alcance de la guerra: ¿Por qué algunos grupos son más bélicos que otros? Tampoco podemos explicar por qué el conjunto de instituciones de supremacía masculina varían. La teoría freudiana tiene un enfoque de la guerra como naturaleza humana. Hace que la agresividad homicida parezca inevitable. Al mismo tiempo, obliga a hombre y mujeres con un imperativo biológico con lo que dificulta la igualdad de sexos. El simple hecho de que todos los seres humanos del mundo de hoy y de el pasado hayan vivido en sociedades sexistas y belicistas o en sociedades afectadas por sociedades sexistas y belicistas no es razón para adjudicar a la naturaleza humana la imagen de características salvajes. El hecho de que la guerra y el sexismo hayan y sigan jugando un papel muy destacado en los asuntos humanos no significa que deban seguir haciéndolo. La guerra y el sexismo dejarán de practicarse cuando sus funciones productivas, reproductoras y ecológicas se cubran con alternativas menos costosas. Por primera vez en la historia tales alternativas están a nuestro alcance. Si no somos capaces de utilizarlas, no será un fallo de nuestra naturaleza sino de nuestra inteligencia y voluntad.

DOCUMENTO PIRATEADO

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