lunes, 8 de agosto de 2011

ROSANA GUBER: EL SALVAJE METROPOLITANO Reconstrucción del Conocimiento Social en el trabajo de Campo



Introducción

En 1979, los estudiantes argentinos teníamos muy pocos espacios donde formarnos como antropólogos sociales. Además de la Universidad de Misiones, sólo algunos institutos privados ofrecían trabajo a los antropólogos ya formados y "declarados prescindibles" por las universidades nacionales, y una formación seria y actualizada a los jóvenes estudiantes e investigadores. A algunos el Instituto de Desarrollo
Económico y Social (IDES) nos ofreció un ámbito donde la antropología social no estaba mal vista ni significaba una postura política (subversiva e inquietante); era una especialidad dentro de las ciencias sociales, con sus nociones, sus formas de trabajo y, también, sus limitaciones.
Esther Hermitte dictaba algunos cursos allí. Se había graduado como profesora de
Historia en 1950 en la Universidad de Buenos Aires, cuando todavía no existían las modernas licenciaturas y las materias de antropología se dictaban, como las de geografía, en el profesorado de Historia. En 1963 se doctoró en la Universidad de Chicago, Estados Unidos, después de un trabajo de campo de 24 meses en Las Rosas, Finóla, una localidad de Chiapas, México. Ese trabajo de campo, con el que logró el posgrado "Master of Arts" y "Philosophical Doctor", y los premios respectivos a la mejor tesis de antropología, redundó en una serie de anécdotas que contaría, una y otra vez, ante sus alumnos. En 1965 regresó a la Argentina para sumergirse en los vaivenes económicos y políticos generales que afectaron tan decisivamente el medio universitario y la producción científica local. Lo hizo desde el Instituto Di Tella y, como no entendía la antropología sin campo, empezó a estudiar la tejeduría "tradicional" en una localidad de la provincia de Catamarca. Allí la acompañaron varios [27] antropólogos (Beatriz Alasia, Carmen Guarini), pero su asistente principal fue Carlos A. Herrán. Mi primer contacto con el tema de este libro tuvo lugar, precisamente, en 1979, en un curso que Esther dictaba en el IDES sobre técnicas de campo etnográficas. Ese primer contacto fue, por lo menos, problemático. Esther no hablaba explícitamente de teoría; munida del estructural-funcionalismo del Departamento de Antropología que había alojado a A. R. Radcliffe-Brown, alumna y tesista de Julien Pitt-Rivers, y admiradora del interaccionismo simbólico de Erving Goffman, no le interesaba debatir los alcances y limitaciones del positivismo y el interpretativismo en el campo. Prefería, en cambio, señalarnos nuestras torpezas de aprendices al formular un cuestionario, registrar una entrevista, emprender observaciones, presentarnos a nuestros informantes, etc. A diferencia del mensaje de la mayoría de los manuales de la época de ciencias sociales, esas críticas no apuntaban a hacer de nosotros observadores "neutros" y "objetivos de la realidad". O, en todo caso, la neutralidad y la objetividad eran puntos de llegada, términos a construir en contextos socioculturales concretos. Sus observaciones eran todavía más duras cuando nuestra actitud hacia el campo se mostraba menos problemática y -en mis palabras, no en las de ella- se enunciaba más desde el "sentido común"; en fin, su blanco preferido eran nuestras certezas.

CONTINÚA....

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