sábado, 6 de septiembre de 2014

Héctor Béjar: DE INDIOS A INFORMALES

Este articulo de análisis  cultural escrito por Héctor Béjar, es muy importante leer en estos momentos, porque es un documento escrito hace muchos años, pero tiene una transcendencia importante en cuanto a hechos y protagonismos políticos  de grupos sociales y que hoy en día son actores políticos, económicos importantes dentro de nuestros días. El articulo se encuentra en el Boletín de ILLA, Año IV n°7 setiembre 1987, Pág. 18-22
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DE INDIOS A INFORMALES


Héctor Béjar
Primero hemos visto con creciente alarma su crecimiento que transtorna nuestra vida y nos disgusta. Recién ahora, luego que han pasado más de veinte años en que su presencia sigue multiplicándose alrededor nuestro, empezamos a descubrir sobre ellos. Lo primero, se dice,  es definir el fenómeno: cómo ha nacido, cuáles son sus límites, cuáles sus mecanismos de funcionamiento. Luego, una vez debidamente definido, se verá qué tratamiento aplicar. Tal parece ser la actitud de los sectores más serenos de la sociedad “formal” frente al sector “informal”.
Por lo pronto las líneas  de aproximación son distintas. Los conservadores hablan sólo, o predominantemente, de legalidad. Les preocupa que haya una masa abigarrada fuera del esquema institucional, que miles de microindustrias, y negocios de todo tipo no estén inscritos en registros ni paguen impuestos y patentes, haciendo una competencia “desleal” a los comerciantes debidamente establecidos. Que las calles hayan sido invadidas y los parques destruidos. Hay que encajarlos en la ley, integrarlos, hacer que respeten  el ordenamiento económico, impositivo urbano. Pero las leyes no están hechas pensando en un fenómeno tan complejo, la ciudad no resiste, más y es inhabitable. Además, algunas de las empresas más poderosas  del sector formal se formaron fuera de la legalidad, evadiendo impuestos, y no resulta ético pedir que los informales no sigan ejemplo tan atractivo y rentable. Finalmente si se aplicase rígidamente el criterio  legal, casi todo el país, incluyendo a los poderes públicos que pasan por sobre la constitución, sería “informal”.
Los protagonistas hablan de distribución de capital y rentabilidad. Serian informales aquellos que invierten la mayor cantidad de fuerza de trabajo y una mínima proporción de trabajo y una mínima proporción de dinero para inventar su puesto de trabajo. Así como la antigua estructura de tenencia de tierra, anterior a la reforma agraria, fue el monopolio de grandes extensiones por muy pocas familias, así también, la actual estructura de distribución de capital concentra a ésta en escasos grupos económicos. En el centro está el núcleo sólido y altamente rentable, pero poblado sólo por unos pocos grupos poderosos. En la periferia, una población densa y heterogénea, lucha valiéndose de una mínima proporción de capital que sirve sólo para subsistir.
Mientras la interpretación conservadora se concentra en el aspecto legal, la progresista intenta poner en evidencia la injusticia económica. Una es legalista y la otra economicista.
Pero no hemos llegado todavía a una interpretación totalizadora que acoja los múltiples aspectos económicos, legales, culturales, psicológicos, religiosos y otros que tiene el fenómeno.

¿DE DONDE VIENEN LOS INFORMALES?
Sabemos que nuestra historia mestiza empezó cuando las sociedades rurales americanas fueron invadidas por los conquistadores europeos. La invasión cortó violentamente la evolución que ellas habían seguido a los largo de 20 mil años. Sobre 20,000 años de evolución armoniosa y autoconcentrada fueron superpuestas 400 años de dominación colonial y neocolonial. Los colonizadores y sus descendientes gobernantes de nuestra sociedad intentaron destruir, sin lograrlo totalmente, un basamento de muchos siglos para construir en su lugar una mala imitación de las sociedades occidentales. Lo que no pudieron destruir, o usar en su beneficio, lo ignoraron. Había una “formalidad” que ellos no admitieron. Durante la mayor parte de los 400 años de dominación europea y criolla, el idioma “oficial” castellano fue hablado sólo por una minoría, mientras que las lenguas aborígenes, habladas por la mayoría, no fueron admitidas en las escuelas, la justicia y la religión del país oficial. La comunidad indígena, lejana y transformada herencia colonial de las instituciones de cooperación preincas, fue ignorada por nuestras leyes republicanas y, a pesar de tener cientos de años de antigüedad, sólo hace 64 años que fue incorporada a nuestra Constitución y no cuenta siquiera con una ley básica.
Pero no se trató solo de ignorar una realidad. El problema fue creado por quienes, teniendo por ideal “parecer” occidentales y sintiendo vergüenza de vivir en una Nación que rechazaban, hicieron todo lo posible por destruirla. Y, sin embargo, la vieja cultura resistió. La mera de la civilización occidental que en otras partes del mundo borró pueblos íntegros de la historia, no logró lo mismo con los quechuas y aymaras. Siboneyes, araucanos y otros pueblos fueron exterminados en sangrientos genocidios porque lucharon abiertamente contra el invasor hasta la muerte. Los quechuas y aymaras tenían una cultura más evolucionada y su sofisticación les permitió en algunos casos entenderse con el enemigo, comprender su organización y motivaciones… Y sobrevivir.
Hoy los científicos sociales empezaron a descubrir las líneas maestras de esta estrategia: producir solo para el consumo y no para el comercio; mantener sus cultos “paganos” por debajo de los cristianos, o incorporar estos a aquellos; trabajar y ayudarse familiarmente; ocultar sentimientos y opiniones frente a los extraños; ser testigos o víctimas, casi nunca protagonistas,  y actores y, por tanto, renunciar a cualquier iniciativa. La pasividad, la ambigüedad, tantas veces reprochadas a los indios,  era la única respuesta que podían tener a mano para sobreponerse a la agresiva civilización que los invadía. Resistiendo pasivamente,  asumían incluso ñas formas impuestas por los invasores pero mantenían sus propios contenidos. Alguien ha dicho que los europeos pudieron conquistar todo lo suyo menos su espíritu.
Por otro lado, como todas las sociedades basadas en la dominación, la nuestra se debatía en sus propios sentimientos encontrados. Los indios eran desagradables pero imprescindibles. En la  costa norte, Las plantaciones los necesitaron para que alimentasen la caña, día y noche, los ingenios azucareros. En la sierra del centro fueron la materia prima humana  que hizo posible que fluyese incesante el mineral de los socavones. En la sierra sur no podía explicarse sin ellos el ocio de los hacendados. Fueron el último eslabón de una larga cadena de dominación, la raíz que hizo posible crecer el árbol del colonialismo.
Pero fue justamente ese rol el que hizo inevitable que algunos de ellos aprendiesen ciertas habilidades peligrosas para sus amos. Aprendieron, en primer lugar, el castellano. Es curioso cómo, en torno al idioma, también la sociedad dominante se debatía en contradicciones. En principio, los hacendados prohibieron el castellano para evitar que los yanaconas y arrendires se entendiesen con los comerciantes forasteros. Luego, cuando el gobierno central empezó a instalar escuelas, en ellas se prohibía el uso del quechua quizá con la creencia de que para “integrar” al indígena era necesario castellanizarlo primero. El hecho es que los indígenas aprendieron el castellano pero no abandonaron nunca del todo su idioma original y siguieron usándolo entre ellos, con sus mujeres y para sus festividades. Los indios defendieron también pacientemente sus tierras aún enfrentándose contra una “justicia” que respondía las órdenes de los gamonales. Incluso, en algunos lugares, reunieron dinero para comprar tierras y hacer crecer sus áreas de cultivo y vivienda. Conservaron durante décadas sus títulos coloniales, aún sabiendo que no eran reconocidos en la práctica por la república debido a que son obsoletos. Construyeron escuelas  y exigieron se les dote de maestros, aún sabiendo que en ellas se  impartía una educación que poco tenía que ver con su realidad.  Cuando pudieron, mataron gamonales en orgías de sangre o recuperaron pacíficamente las tierras que les correspondían, como en 1962-63. Nunca perdieron de vista en que parecía ser su objetivo central: la posesión y recuperación de sus tierras.
Aprendieron a comerciar, negociar hacer el contrabando, a usar todos los resquicios que la sociedad les permitía. Algunos de ellos, convertidos en “cholos emergentes” prosperaron, pusieron negocios, formaron sindicatos, o emigraron. Y todo esto mientras la hacienda tradicional decaía, la población seguía creciendo rápidamente y la economía capitalista avanzaba sostenidamente hacia el interior del país.
El desajuste entre este crecimiento poblacional y el aspecto productivo industrial no tardó en hacer crisis. Solo una economía autoconcentrada hubieses podido dar nacimiento a una industria capaz de producir para las necesidades crecientes de una población en aumento y de absorber, al mismo tiempo la fuerza de trabajo disponible.
Pero en vez de ello tuvimos una producción destinada al mercado exterior e industrias tardías y artificiales destinadas a producir para los sectores de medianos y altos ingresos. La industria acababa de nacer y ya era absoluta. Pero fue precisamente ello lo que permitió que subsistiese la población campesina con sus características tradicionales, porque una industrialización capitalista pujante hubieses “homogenizado” al país barriendo la personalidad de los grupos regionales. Por el contrario, las corrientes migratorias formadas en su mayoría por sectores más dinámicos del campo, no encontraron respuesta en un país “formal” que respondía a las necesidades de los centros industriales europeos y norteamericanos antes que a las de su propia población.
Las corrientes migratorias del campo se han encontrado con los grupos desplazados por la propia ciudad, aquellos que no encuentran lugar en el sector formal, o que éste expulsa constantemente en una suerte de interminable implosión; y así ha nacido el sector informal.
Lo primero que proponemos comprobar es que existen muchos hilos conductores entre la población campesina y el sector informal y que éste no puede explicarse sin aquella. Pero también sostenemos que puede estar naciendo una cultura nueva en que las raíces indias tienen mucho que ver aunque no lo explican todo.
Sostenemos también como hipótesis que la estrategia de supervivencia de los indios ha terminado.
Dueños ahora de habilidades comerciales, sin mucho que perder, con una gran capacidad creativa y una iniciativa que no tenían en los Andes, acosaban ahora las ciudades cercándolas, penetrándolas y transformándolas. Están haciendo un rostro urbano a la medida de sus necesidades actuales, aunque ello signifique destruir la ciudad “virreinal” que antes los ignoró y desapareció. Aunque no se lo propongan deliberadamente, este traslado masivo es la contra invasión con la que responden históricamente a la invasión blanca que los conquistó y quiso destruirlos.
No se trata sólo de una migración física o un cambio de territorio, sino de una invasión cultural. Las instituciones del compadrazgo, cooperación y retribución familiar, características de la comunidad campesina tradicional, se mantienen en muchos pueblos jóvenes. Las redes de comunicación entre los “residentes” urbanos y las comunidades rurales también se mantienen. Existe la tendencia a crear organizaciones de autogobierno cuando se precisa hacer frente en conjunto a las tareas de un pueblo en formación; y de autodefensa cuando la policía no otorga la protección suficiente. Y hemos visto –a veces con horror- la persistencia de formas de justicia primitiva –ajusticiamientos colectivos de extrema crueldad- también en la ciudad. A todo ello se añade la difusión de la música andina en los “coliseos”, por la radio y el disco; y las miles de fiestas provincianas que se realizan cada semana en la capital.
Y sin embargo, estos “informales” ya no son campesinos. ¿Siguen siendo indios? ¿Cuál es el grado básico de cultura india que están sometidos a otras influencias culturales? Es casi imposible establecerlo. Pero conviene aceptar por lo menos que, junto a las mercaderías de Taiwán, las calculadoras electrónicas, los radios de transistores, el kung-fu, el cine y las revistas porno, está presente la cultura andina mezclándose aceleradamente en la personalidad de la nueva generación que es fruto de todo ello, y que ha heredado de sus antepasados la capacidad de sobreponerse a la desnutrición, el hambre y la miseria.
Con una diferencia que reiteramos. Los informales de  hoy no resisten pasivamente ni miden el tiempo en décadas.  Crean, construyen, tienen iniciativa. Luchan contra el tiempo y sin duda sobrevivirán porque son más dura y mísera. ¿Qué repercusiones puede tener todo esto para la vida futura del país?
Empecemos por decir que la presencia de los informales cuestiona todavía más todo nuestro edificio político institucional formal. El crecimiento numérico de los informales ha restado influencia al movimiento obrero sindicalizado, cuyas huelgas ya no tienen la repercusión de antes en el medio urbano. También el movimiento estudiantil, cuya voz se pierde en las multitudes, interesadas en subsistir más que en la retórica. Los informales han crecido al margen de los partidos políticos, sin ser absorbidos por ellos, porque los partidos integran el  mundo oficial que los margina. Basta comparar el abismo existente entre el lenguaje, las buenas maneras y la retórica, tan de moda hoy en la democracia parlamentaria, con las necesidades, las maneras, el lenguaje y el aspecto físico de los informales, para comprender que el liderazgo partidario no los expresa.
¿Están en condiciones de hacer su propia política?
Entre los años 30 y 63 siguieron electoralmente a líderes conservadores. Votaron mayoritariamente por Sánchez Cerro contra os apristas en 1931 y por Odría en 1962. Sin embargo, ambos personajes tenían algunas características atractivas para ellos: su apariencia “chola”, el uso de la fuerza y el lenguaje directo. En 1979, 1980 y 1981 votaron abrumadoramente por la izquierda marxista a cuyos líderes llevaron primero a la Constituyente y luego a las alcaldías de caso todos los barrios de Lima.
Sin embargo, los informales de la ciudad parecen haber heredado de los indios su incapacidad para expresarse por ellos mismos, políticamente. La política supone una concepción global del país y el ejercicio de ciertas técnicas sofisticadas que los indios no llegaron a dominar nunca. La política fue un terreno vedado, reservado a los blancos o mestizos, al que nunca ingresaron, convirtiéndose, en ese plano, en una cultura bloqueada y silenciosa.
Los actos de terrorismo y guerrilla urbana, ejercidos por jóvenes de los sectores marginales de Lima podrían ser el comienzo de un modo “informal” de hacer política, que nace de grupos minoritarios y apela a métodos extremos… pero sigue siendo conducido en secretas cúpulas por personas  pertenecientes a otros sectores sociales. La heterogeneidad y variedad del sector informal, su dispersión, la ausencia de puntos de concentración que faciliten su organización –lo que fueron las fábricas para los obreros- repercute en la carencia de una expresión organizativa que refleje, en la política, lo que el sector informal es en la sociedad. Como los indios de los Andes, los informales precisan quién los defienda y hable por ellos.
Y pueden defenderlos, por razones que tienen que ver con sus propios intereses de liderazgo, grupos pertenecientes a todas la tendencias políticas, incluidas las de extrema derecha.
También resulta una constante la relación existente entre los informales y algunos grupos  militares. El general Sánchez Cerro, querido por las “damas de la parada” de su época, es el más lejano antecedente. Algo parecido, aunque en menor grado, sucedió con el general Odría, protector del nacimiento de la barriada “27 de Octubre” uno de los primeros asentamientos marginales de Lima. Con el gobierno del general Velasco, se inició, desde el estado, un impulso vigoroso a la organización vecinal, y un apoyo significativo a la limpieza y remodelación de calles e instalaciones de servicios públicos. En ellos tres casos, se trata de generales de origen “cholo”, con quienes los informales establecieron rápidamente una relación de tipo paternalista, y que invocaron de distintas maneras, las raíces andinas de nuestro pasado. Estos hechos históricos indican la posibilidad de cooperación futura entre ciertos grupos militares y los sectores informales.
Pero a su vez, estos hechos nos llevan a la comprobación contraria. Si el sector informal no tiene expresión política propia y si cubre un área poblacionalmente muy significativa, quiere decir que la organización democrática de  nuestro país tiene sustento en una parte muy limitada de nuestra sociedad. El país se ha ensanchado, pero no nuestra organización democrática. El sector informal urbano y la población indígena de los Andes y la selva, continúan siendo testigos silenciosos de la política nacional. Nuestra república sigue siendo débil, artificial y precaria. Por lo menos mientras no cambie.
Una organización política adecuada a nuestra propia y compleja realidad social, es decir un nuevo tipo de democracia basada en el ejercicio directo de la participación popular, puede resolver la contradicción estructural básica de nuestra organización política. Pero eso merece otra reflexión.

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