Este articulo de análisis cultural escrito por Héctor Béjar, es muy importante leer en estos momentos, porque es un documento escrito hace muchos años, pero tiene una transcendencia importante en cuanto a hechos y protagonismos políticos de grupos sociales y que hoy en día son actores políticos, económicos importantes dentro de nuestros días. El articulo se encuentra en el Boletín de ILLA, Año IV n°7 setiembre 1987, Pág. 18-22
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DE
INDIOS A INFORMALES
Héctor Béjar
Primero hemos visto con
creciente alarma su crecimiento que transtorna nuestra vida y nos disgusta.
Recién ahora, luego que han pasado más de veinte años en que su presencia sigue
multiplicándose alrededor nuestro, empezamos a descubrir sobre ellos. Lo
primero, se dice, es definir el fenómeno:
cómo ha nacido, cuáles son sus límites, cuáles sus mecanismos de
funcionamiento. Luego, una vez debidamente definido, se verá qué tratamiento
aplicar. Tal parece ser la actitud de los sectores más serenos de la sociedad
“formal” frente al sector “informal”.
Por lo pronto las
líneas de aproximación son distintas.
Los conservadores hablan sólo, o predominantemente, de legalidad. Les preocupa
que haya una masa abigarrada fuera del esquema institucional, que miles de
microindustrias, y negocios de todo tipo no estén inscritos en registros ni
paguen impuestos y patentes, haciendo una competencia “desleal” a los
comerciantes debidamente establecidos. Que las calles hayan sido invadidas y
los parques destruidos. Hay que encajarlos en la ley, integrarlos, hacer que
respeten el ordenamiento económico,
impositivo urbano. Pero las leyes no están hechas pensando en un fenómeno tan
complejo, la ciudad no resiste, más y es inhabitable. Además, algunas de las
empresas más poderosas del sector formal
se formaron fuera de la legalidad, evadiendo impuestos, y no resulta ético
pedir que los informales no sigan ejemplo tan atractivo y rentable. Finalmente
si se aplicase rígidamente el criterio
legal, casi todo el país, incluyendo a los poderes públicos que pasan
por sobre la constitución, sería “informal”.
Los protagonistas hablan
de distribución de capital y rentabilidad. Serian informales aquellos que
invierten la mayor cantidad de fuerza de trabajo y una mínima proporción de
trabajo y una mínima proporción de dinero para inventar su puesto de trabajo. Así
como la antigua estructura de tenencia de tierra, anterior a la reforma
agraria, fue el monopolio de grandes extensiones por muy pocas familias, así
también, la actual estructura de distribución de capital concentra a ésta en
escasos grupos económicos. En el centro está el núcleo sólido y altamente
rentable, pero poblado sólo por unos pocos grupos poderosos. En la periferia,
una población densa y heterogénea, lucha valiéndose de una mínima proporción de
capital que sirve sólo para subsistir.
Mientras la interpretación
conservadora se concentra en el aspecto legal, la progresista intenta poner en
evidencia la injusticia económica. Una es legalista y la otra economicista.
Pero no hemos llegado
todavía a una interpretación totalizadora que acoja los múltiples aspectos
económicos, legales, culturales, psicológicos, religiosos y otros que tiene el
fenómeno.
¿DE
DONDE VIENEN LOS INFORMALES?
Sabemos que nuestra
historia mestiza empezó cuando las sociedades rurales americanas fueron
invadidas por los conquistadores europeos. La invasión cortó violentamente la
evolución que ellas habían seguido a los largo de 20 mil años. Sobre 20,000
años de evolución armoniosa y autoconcentrada fueron superpuestas 400 años de
dominación colonial y neocolonial. Los colonizadores y sus descendientes
gobernantes de nuestra sociedad intentaron destruir, sin lograrlo totalmente,
un basamento de muchos siglos para construir en su lugar una mala imitación de
las sociedades occidentales. Lo que no pudieron destruir, o usar en su beneficio,
lo ignoraron. Había una “formalidad” que ellos no admitieron. Durante la mayor
parte de los 400 años de dominación europea y criolla, el idioma “oficial”
castellano fue hablado sólo por una minoría, mientras que las lenguas
aborígenes, habladas por la mayoría, no fueron admitidas en las escuelas, la
justicia y la religión del país oficial. La comunidad indígena, lejana y transformada
herencia colonial de las instituciones de cooperación preincas, fue ignorada
por nuestras leyes republicanas y, a pesar de tener cientos de años de
antigüedad, sólo hace 64 años que fue incorporada a nuestra Constitución y no
cuenta siquiera con una ley básica.
Pero no se trató solo de
ignorar una realidad. El problema fue creado por quienes, teniendo por ideal
“parecer” occidentales y sintiendo vergüenza de vivir en una Nación que
rechazaban, hicieron todo lo posible por destruirla. Y, sin embargo, la vieja
cultura resistió. La mera de la civilización occidental que en otras partes del
mundo borró pueblos íntegros de la historia, no logró lo mismo con los quechuas
y aymaras. Siboneyes, araucanos y otros pueblos fueron exterminados en
sangrientos genocidios porque lucharon abiertamente contra el invasor hasta la
muerte. Los quechuas y aymaras tenían una cultura más evolucionada y su
sofisticación les permitió en algunos casos entenderse con el enemigo,
comprender su organización y motivaciones… Y sobrevivir.
Hoy los científicos
sociales empezaron a descubrir las líneas maestras de esta estrategia: producir
solo para el consumo y no para el comercio; mantener sus cultos “paganos” por
debajo de los cristianos, o incorporar estos a aquellos; trabajar y ayudarse
familiarmente; ocultar sentimientos y opiniones frente a los extraños; ser
testigos o víctimas, casi nunca protagonistas,
y actores y, por tanto, renunciar a cualquier iniciativa. La pasividad,
la ambigüedad, tantas veces reprochadas a los indios, era la única respuesta que podían tener a
mano para sobreponerse a la agresiva civilización que los invadía. Resistiendo
pasivamente, asumían incluso ñas formas
impuestas por los invasores pero mantenían sus propios contenidos. Alguien ha
dicho que los europeos pudieron conquistar todo lo suyo menos su espíritu.
Por otro lado, como todas
las sociedades basadas en la dominación, la nuestra se debatía en sus propios
sentimientos encontrados. Los indios eran desagradables pero imprescindibles.
En la costa norte, Las plantaciones los
necesitaron para que alimentasen la caña, día y noche, los ingenios azucareros.
En la sierra del centro fueron la materia prima humana que hizo posible que fluyese incesante el
mineral de los socavones. En la sierra sur no podía explicarse sin ellos el
ocio de los hacendados. Fueron el último eslabón de una larga cadena de
dominación, la raíz que hizo posible crecer el árbol del colonialismo.
Pero fue justamente ese rol el
que hizo inevitable que algunos de ellos aprendiesen ciertas habilidades peligrosas
para sus amos. Aprendieron, en primer lugar, el castellano. Es curioso cómo, en
torno al idioma, también la sociedad dominante se debatía en contradicciones. En
principio, los hacendados prohibieron el castellano para evitar que los yanaconas
y arrendires se entendiesen con los comerciantes forasteros. Luego, cuando el
gobierno central empezó a instalar escuelas, en ellas se prohibía el uso del
quechua quizá con la creencia de que para “integrar” al indígena era necesario castellanizarlo
primero. El hecho es que los indígenas aprendieron el castellano pero no
abandonaron nunca del todo su idioma original y siguieron usándolo entre ellos,
con sus mujeres y para sus festividades. Los indios defendieron también pacientemente
sus tierras aún enfrentándose contra una “justicia” que respondía las órdenes
de los gamonales. Incluso, en algunos lugares, reunieron dinero para comprar
tierras y hacer crecer sus áreas de cultivo y vivienda. Conservaron durante décadas
sus títulos coloniales, aún sabiendo que no eran reconocidos en la práctica por
la república debido a que son obsoletos. Construyeron escuelas y exigieron se les dote de maestros, aún
sabiendo que en ellas se impartía una
educación que poco tenía que ver con su realidad. Cuando pudieron, mataron gamonales en orgías de sangre o recuperaron pacíficamente las tierras que les correspondían, como en 1962-63. Nunca perdieron de vista en que parecía ser su objetivo central: la
posesión y recuperación de sus tierras.
Aprendieron a comerciar,
negociar hacer el contrabando, a usar todos los resquicios que la sociedad les permitía.
Algunos de ellos, convertidos en “cholos emergentes” prosperaron, pusieron
negocios, formaron sindicatos, o emigraron. Y todo esto mientras la hacienda
tradicional decaía, la población seguía creciendo rápidamente y la economía capitalista
avanzaba sostenidamente hacia el interior del país.
El desajuste entre este
crecimiento poblacional y el aspecto productivo industrial no tardó en hacer
crisis. Solo una economía autoconcentrada hubieses podido dar nacimiento a una
industria capaz de producir para las necesidades crecientes de una población en
aumento y de absorber, al mismo tiempo la fuerza de trabajo disponible.
Pero en vez de ello
tuvimos una producción destinada al mercado exterior e industrias tardías y
artificiales destinadas a producir para los sectores de medianos y altos
ingresos. La industria acababa de nacer y ya era absoluta. Pero fue
precisamente ello lo que permitió que subsistiese la población campesina con
sus características tradicionales, porque una industrialización capitalista
pujante hubieses “homogenizado” al país barriendo la personalidad de los grupos
regionales. Por el contrario, las corrientes migratorias formadas en su mayoría
por sectores más dinámicos del campo, no encontraron respuesta en un país “formal”
que respondía a las necesidades de los centros industriales europeos y norteamericanos
antes que a las de su propia población.
Las corrientes migratorias
del campo se han encontrado con los grupos desplazados por la propia ciudad,
aquellos que no encuentran lugar en el sector formal, o que éste expulsa
constantemente en una suerte de interminable implosión; y así ha nacido el
sector informal.
Lo primero que proponemos
comprobar es que existen muchos hilos conductores entre la población campesina
y el sector informal y que éste no puede explicarse sin aquella. Pero también sostenemos
que puede estar naciendo una cultura nueva en que las raíces indias tienen
mucho que ver aunque no lo explican todo.
Sostenemos también como hipótesis
que la estrategia de supervivencia de los indios ha terminado.
Dueños ahora de
habilidades comerciales, sin mucho que perder, con una gran capacidad creativa
y una iniciativa que no tenían en los Andes, acosaban ahora las ciudades
cercándolas, penetrándolas y transformándolas. Están haciendo un rostro urbano
a la medida de sus necesidades actuales, aunque ello signifique destruir la
ciudad “virreinal” que antes los ignoró y desapareció. Aunque no se lo
propongan deliberadamente, este traslado masivo es la contra invasión con la
que responden históricamente a la invasión blanca que los conquistó y quiso
destruirlos.
No se trata sólo de una
migración física o un cambio de territorio, sino de una invasión cultural. Las instituciones
del compadrazgo, cooperación y retribución familiar, características de la
comunidad campesina tradicional, se mantienen en muchos pueblos jóvenes. Las redes
de comunicación entre los “residentes” urbanos y las comunidades rurales también
se mantienen. Existe la tendencia a crear organizaciones de autogobierno cuando
se precisa hacer frente en conjunto a las tareas de un pueblo en formación; y
de autodefensa cuando la policía no otorga la protección suficiente. Y hemos
visto –a veces con horror- la persistencia de formas de justicia primitiva –ajusticiamientos
colectivos de extrema crueldad- también en la ciudad. A todo ello se añade la difusión
de la música andina en los “coliseos”, por la radio y el disco; y las miles de fiestas
provincianas que se realizan cada semana en la capital.
Y sin embargo, estos “informales”
ya no son campesinos. ¿Siguen siendo indios? ¿Cuál es el grado básico de
cultura india que están sometidos a otras influencias culturales? Es casi
imposible establecerlo. Pero conviene aceptar por lo menos que, junto a las mercaderías
de Taiwán, las calculadoras electrónicas, los radios de transistores, el
kung-fu, el cine y las revistas porno, está presente la cultura andina mezclándose
aceleradamente en la personalidad de la nueva generación que es fruto de todo
ello, y que ha heredado de sus antepasados la capacidad de sobreponerse a la
desnutrición, el hambre y la miseria.
Con una diferencia que
reiteramos. Los informales de hoy no
resisten pasivamente ni miden el tiempo en décadas. Crean, construyen, tienen iniciativa. Luchan contra
el tiempo y sin duda sobrevivirán porque son más dura y mísera. ¿Qué
repercusiones puede tener todo esto para la vida futura del país?
Empecemos por decir que la
presencia de los informales cuestiona todavía más todo nuestro edificio político
institucional formal. El crecimiento numérico de los informales ha restado
influencia al movimiento obrero sindicalizado, cuyas huelgas ya no tienen la
repercusión de antes en el medio urbano. También el movimiento estudiantil,
cuya voz se pierde en las multitudes, interesadas en subsistir más que en la retórica.
Los informales han crecido al margen de los partidos políticos, sin ser absorbidos
por ellos, porque los partidos integran el
mundo oficial que los margina. Basta comparar el abismo existente entre
el lenguaje, las buenas maneras y la retórica, tan de moda hoy en la democracia
parlamentaria, con las necesidades, las maneras, el lenguaje y el aspecto físico
de los informales, para comprender que el liderazgo partidario no los expresa.
¿Están en condiciones de
hacer su propia política?
Entre los años 30 y 63
siguieron electoralmente a líderes conservadores. Votaron mayoritariamente por
Sánchez Cerro contra os apristas en 1931 y por Odría en 1962. Sin embargo, ambos
personajes tenían algunas características atractivas para ellos: su apariencia “chola”,
el uso de la fuerza y el lenguaje directo. En 1979, 1980 y 1981 votaron abrumadoramente
por la izquierda marxista a cuyos líderes llevaron primero a la Constituyente y
luego a las alcaldías de caso todos los barrios de Lima.
Sin embargo, los
informales de la ciudad parecen haber heredado de los indios su incapacidad
para expresarse por ellos mismos, políticamente. La política supone una
concepción global del país y el ejercicio de ciertas técnicas sofisticadas que
los indios no llegaron a dominar nunca. La política fue un terreno vedado,
reservado a los blancos o mestizos, al que nunca ingresaron, convirtiéndose, en
ese plano, en una cultura bloqueada y silenciosa.
Los actos de terrorismo y
guerrilla urbana, ejercidos por jóvenes de los sectores marginales de Lima
podrían ser el comienzo de un modo “informal” de hacer política, que nace de
grupos minoritarios y apela a métodos extremos… pero sigue siendo conducido en
secretas cúpulas por personas pertenecientes a otros sectores sociales. La heterogeneidad
y variedad del sector informal, su dispersión, la ausencia de puntos de
concentración que faciliten su organización –lo que fueron las fábricas para
los obreros- repercute en la carencia de una expresión organizativa que
refleje, en la política, lo que el sector informal es en la sociedad. Como los
indios de los Andes, los informales precisan quién los defienda y hable por
ellos.
Y pueden defenderlos, por
razones que tienen que ver con sus propios intereses de liderazgo, grupos
pertenecientes a todas la tendencias políticas, incluidas las de extrema
derecha.
También resulta una
constante la relación existente entre los informales y algunos grupos militares. El general Sánchez Cerro, querido
por las “damas de la parada” de su época, es el más lejano antecedente. Algo parecido,
aunque en menor grado, sucedió con el general Odría, protector del nacimiento
de la barriada “27 de Octubre” uno de los primeros asentamientos marginales de
Lima. Con el gobierno del general Velasco, se inició, desde el estado, un
impulso vigoroso a la organización vecinal, y un apoyo significativo a la
limpieza y remodelación de calles e instalaciones de servicios públicos. En ellos
tres casos, se trata de generales de origen “cholo”, con quienes los informales
establecieron rápidamente una relación de tipo paternalista, y que invocaron de
distintas maneras, las raíces andinas de nuestro pasado. Estos hechos históricos
indican la posibilidad de cooperación futura entre ciertos grupos militares y
los sectores informales.
Pero a su vez, estos
hechos nos llevan a la comprobación contraria. Si el sector informal no tiene
expresión política propia y si cubre un área poblacionalmente muy
significativa, quiere decir que la organización democrática de nuestro país tiene sustento en una parte muy
limitada de nuestra sociedad. El país se ha ensanchado, pero no nuestra organización
democrática. El sector informal urbano y la población indígena de los Andes y
la selva, continúan siendo testigos silenciosos de la política nacional. Nuestra
república sigue siendo débil, artificial y precaria. Por lo menos mientras no
cambie.
Una organización política adecuada
a nuestra propia y compleja realidad social, es decir un nuevo tipo de
democracia basada en el ejercicio directo de la participación popular, puede
resolver la contradicción estructural básica de nuestra organización política. Pero
eso merece otra reflexión.
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